No te pertenezco by Noe Casado

No te pertenezco by Noe Casado

autor:Noe Casado [Casado, Noe]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Erótico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2015-10-01T04:00:00+00:00


38

Dos días después de su partida, empecé a sentirme mal.

Camille, a mi lado me observaba con el cejo fruncido, ya que si normalmente comía poco, aquel día hice ayuno completo.

Ella insistió en que tomara al menos un caldo para no tener el estómago vacío, pero no me entraba nada en el cuerpo. Me sentía cansada, como si llevara una semana trabajando de sol a sol sin descanso. No entendía el motivo. Al principio lo achaqué a mi estado de ánimo, pues pese a no querer reconocerlo, me sentía sola. Algo extraño en mí, tan acostumbrada a vivir sin compañía y a salir adelante por mí misma.

Sin embargo, los motivos eran físicos. Empecé a tener calor, a toser y a encontrarme desganada. Me costaba bajar la escalera o llegar hasta la puerta de entrada. Me sentía hasta mareada.

Incluso llegué a pensar que estaba embarazada, pero no tenía los síntomas. Además, hice cuentas y, la verdad, dudaba que ese fuera el motivo de mi malestar.

—¡Estás ardiendo! —exclamó Camille, poniéndome la mano en la frente—. Venga, ahora mismo a la cama.

A pesar de mi cansancio, no me quedó más remedio que levantarme, pero se me fue la cabeza y casi caí desplomada. Menos mal que ella me sujetó y evitó que me diera con el mueble.

—Te prepararé un remedio casero —dijo.

Me arrastró literalmente hasta mi alcoba y una vez allí me desvistió sin contemplaciones. Me puso el camisón como a una niña pequeña y me metió en la cama.

La verdad es que el frescor de las sábanas me alivió. Me quedé allí tumbada, boca arriba y con los ojos cerrados. Quería dormir, dormir durante horas…

—Bebe esto —me ordenó y yo, enfurruñada y obstinada, apreté los labios. Conocía muy bien los remedios caseros y su extraño sabor.

En vista de mi cabezonería, Camille me ayudó a incorporarme y, tras poner unas cuantas almohadas en el cabecero, me dejó una bandeja sobre las rodillas, se cruzó de brazos y esperó sentada a un lado a que me lo tomase por mi propia voluntad.

Negué con la cabeza.

—No, déjame… —protesté, apartando aquello.

Conocía su afición por las plantas medicinales y desde niña recordaba el mal sabor de sus brebajes, que si bien ayudaban a mejorar, te dejaban la lengua hecha un trapo.

—Ornela, haz el favor de tomártelo, te aliviará. Necesitas tener algo en el estómago —alegó inflexible.

Respiré por la nariz. Tenía razón, mi cuerpo necesitaba mejorar, pero aquello, con solo mirarlo, ya daba asco.

Aunque puse cara de repugnancia, protesté e intenté convencerla de que con descanso me recuperaría; ella no dio su brazo a torcer y tuve que bebérmelo.

Tosí, me atraganté e intenté dejarlo a medias, pero no hubo forma de librarme.

—No sé si esto hará efecto, pero desde luego me ha dejado la lengua insensible —refunfuñé, volviéndome a acostar—. Ahora déjame sola, quiero dormir.

Para mi sorpresa, en vez de abandonar la estancia, Camille se acercó a la ventana y la abrió de par en par. Después se encargó de ponerme compresas frías en la frente.

Quise protestar, pues nada



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